viernes, 14 de agosto de 2009

simpatía por deville


La educación del gusto consiste en defender con valentía aquello que nos gusta.
Stendhal.
Si me hubiera muerto cuando tocaba, a mediados de los setenta, estoy convencido de que ahora habría algún respetable tocho sobre mí, diciendo lo bueno que era y todo eso. En cualquier caso, prefiero a los supervivientes.
John Lennon, poco antes de que lo asesinaran.
Tengo la teoría de que mi música será más conocida y apreciada cuando me muera; no sé por qué, pero estoy convencido de ello.
Willy DeVille, hace mucho, mucho tiempo.

Cuando leí en la web de Monsieur DeVille, hará unos dos o tres meses, que había cancelado todos los conciertos de este año para tratarse una hepatitis C me temí lo peor. El otro día se confirmaban mis sospechas: Willy Deville sufre un cáncer de páncreas, en un estadio IV -sic- lo que me hace pensar que ya tiene metástasis y todas las cortesías de esta enfermedad asquerosa y canallesca. Hoy mismo he podido comprobar cómo han aumentado las entradas en Google dedicadas a él, con incluso una campaña de recogida de firmas para incluirlo en el Rock'n'roll Hall of Fame. He empezado con tres citas porque no sabía por cuál decidirme y aun me he dejado una cuarta de Robert Graves, que me place especialmente: El título de poeta sólo se obtiene con la muerte, que yo entiendo como que sólo la muerte puede poner en perspectiva nuestros logros o nuestra obra. Hoy no deseo hablaros de la muerte ni de la permanencia de la obra, sino de por qué siento simpatía por DeVille.


Me escribí a mí una vez, en mi diario de más de 1000 páginas, que el encanto de Willy Deville residía en que no era imprescindible: no es de esos artistas que uno ha de escuchar antes de morir; de no haber existido, el rock y la música en general seguirían siendo lo que hoy son, pero tal vez yo me hubiera divertido menos. Todo lo que no es imprescindible es un lujo y así considero a DeVille. Siempre llegó o muy pronto o muy tarde, siempre viajó al lugar equivocado y siempre se juntó con lo peor que andaba por la calle. A cambio, durante 30 años ha hecho lo que le ha dado la santa gana y además se ha ganado la vida haciéndolo. Resulta a ratos conmovedor y a ratos hilarante cómo no ha logrado ser ni una estrella de rock ni un artista maldito, o cómo ha triunfado en una Europa que en ocasiones no sabe de dónde bebe su música y cómo es ignorado en Estados Unidos a pesar de nadar una y otra vez en lo más profundo de su música popular. Si Willy hubiera llegado alguna vez a ser mayor hubiera estado más cerca de Dylan que de Springteen, que le conocen y han tocado con él o se le han llevado a sus músicos - caso del excelente guitarrista Freddy Koella, que se ha ido de gira con Dylan más de una vez.


Escribió un crítico una vez que toda la imagen de DeVille ocultaba su profunda seriedad como músico, lo honesto de su propuesta, pero yo me pregunto ¿ Podría Willy Deville poner encima del escenario sus canciones vestido con tejanos y camiseta o con traje y corbata? Debajo del disfraz de mariachi, o de pirata, o de vampiro, está un músico a quien Juanjo Menéndez Flores, autor de una biografía de Sabina y un libro entrevista con el crápula del bombín, describió en una reseña sobre Horse of a diferent color(1999) como uno de los músicos independientes más grandes del globo.


William Borsay llegó a ser Willy Deville merced a dos epifanías: una en la cocina de la casa de sus padres en Conneticut escuchando a The Crystals en la radio y otra varios años después al ver a The Ramones por la tele. Entre medio de ambos momentos hubo frecuentes escapadas de casa a la ciudad del abecedario de Nueva York, un viaje a Londres para ingresar en un grupo - tal vez por el fracaso del intento DeVille siempre ha dicho odiar la música inglesa- y un vagabundeo por San Francisco en el transcurso del cual conoció a Manfred Allen jr., Rubén Sigüenza y Louie X. Erlanguer, con los que formaría Mink DeVille. De vuelta en Nueva York se convirtieron en banda residente del mítico CBGB's, junto a los mismos Ramones, Television, Blondie o Patti Smith. Los fichó Ben Edmons, de Capitol. Explica que quería a Jack NItzche, que había trabajado junto a Phil Spector en el famoso muro de sonido y que había colaborado con los Stones o Dylan. No era fácil ponerse en contacto con Nitzche, pero cuando al final lo consiguió, bastaron menos de diez segundos de escuchar un casette para que Nitzche preguntara ¿ Cuándo empezamos? El encuentro con Nitzche supuso para DeVille lo que supuso el encuentro con George Martin para los Beatles: lo pulió, lo dirigió y le enseñó.


Cabretta (1977) fue el primer disco de la banda: 2/3 de rithym'n'blues, 1/3 de soul, unas gotas de percusión latina, agítese con chulería y sírvase caliente y con mucho humo. Fue un éxito de crítica pero no de público, y lo mismo pasó con Return to magenta (1978) menos crudo que el primero. Sobre el tercer disco de la banda hay muchas leyendas; adelantos para la grabación gastados en droga, músicos que se amotinan, la mujer de DeVille arrojándose por una ventana... y todo eso en París, pues DeVille se emperró en ir allí a grabar el disco, justo después de echar a todos sus colegas del grupo y quedarse con el nombre: a pesar de este caos o precisamente por él, Le chat bleu (1980) es tal vez su mejor disco, o el que será recordado. Clasificó en el 5º puesto de los discos de 1980 para Rolling Stone y DeVille recibió varios reconocimientos como cantante... pero Capitol flipó literalmente con el disco: no lo entendieron, no pudieron explicarse en qué coño estaba pensando DeVille cuando lo grabó. La explicación es sencilla: el niño se había dado el gustazo de escribir canciones mano a mano con Doc Pomus, de tocar con la sección rítmica de Elvis y volvió con una mezcla de rock, cajun, zideco, Edith Piaff, Phil Spector y chulería bajo el brazo que los de Capitol no sabían dónde podrían colocarla. Le dijeron que no se lo publicaban y ahí las versiones difieren sobre quién le dió la patada en el culo a quién, pero DeVille acabó en Atlantic. Como anécdota, la EMI francesa sí editó el album y fue un pequeño éxito en Francia.


Aún vendría el fulgor de Coup de grace, de nuevo con Nitzche, reinventándose como un crooner de voz imposible y un toque soul, pero los ochenta serían una caída libre en las drogas y las producciones sin alma de donde no lo rescataría ni Mark Knopfler - en realidad, Knopfler no entendió a DeVille en absoluto- hasta recalar en Nueva Orleans y enamorarse de una ciudad donde la música es la reina de la mañana a la noche. Sin sello discográfico, fascinado por los músicos de rithym 'n' blues de la ciudad, le pide a su amigo Dr. John que interceda con ellos para grabar un disco de canciones clásicas de esa corriente, algo parecido a lo que hizo Ry Cooder con Buenavista Club Social. Victory mixture (1990), que así se llama el resultado, es un disco entrañable, que editó FNAC en Francia, donde llegó a disco de oro. En la década siguiente, DeVille se hartó de hacer giras por Europa con estos viejos músicos, mostrando lo que Nueva Orleans puede hacer.


Con las puertas de FNAC abiertas, DeVille saca su mejor álbum desde Coup de grace: Backstreets of desire (1992), que como será habitual a partir de entonces, se editará sólo en Europa. Ahora, los sonidos de acordeones y bongós que tanto desconcertaban en 1980 son mejor aceptados, y el disco tiene un moderado éxito, propiciado por la genial versión mariachi de Hey, Joe!. Son, en cierta manera, años dorados: disfruta de un status de estrella en Alemania, Holanda y Bélgica, es una curiosidad en España, Italia y Francia y a pesar de que su siguiente disco (Loup garou, 1996) no tiene el punch que se le supone, su reputación en Europa se mantiene. Se retira a vivir a una granja en Mississippi, criando caballos, graba Horse of a different color que lo muestra en su última encarnación: un músico ávido de llegar a la raíz misma del folklore americano, capaz de grabar canciones de presos, de ceremonias baptistas... recuerdo su paso por el Festival de Blues de Cerdanyola, en un concierto memorable en el que tocó sin inmutarse unas veinticuatro canciones y que Karlos Torra, en La Vanguardia, escribió que había llegado a una espléndida madurez. Desde entonces, es un habitual de todo festival de blues o de jazz que se organice en verano, sea en San Javier o en Oslo.


En 2000, Willy decidió mudarse a Nuevo México y allí se desenganchó del todo de la heroína, podría ser un happy end si no fuera porque su mujer, Liza, a quien había dedicado todos sus discos desde 1987, se ahorcó. El shock fue tan enorme que el mismo DeVille trató de suicidarse estrellándose contra un camión: se rompió dos brazos y una pierna por tres sitios; este es el motivo por el que suele actuar sentado en todos sus conciertos: necesita un bastón para caminar, sufre dolores y en 2006 le pusieron una prótesis de cadera. En 2002 editó un disco en directo, un acústico en Berlín, acompañado sólo por piano y contrabajo y que demuestra lo enorme que es como intérprete. Crow jane alley (2004) podría ser considerado su primer disco completo desde 1996, ya que sólo tiene dos versiones. En él se sienten los aires de la frontera de Nuevo México y contiene la canción que da título al disco, homenaje a Jack Nitzche que había fallecido poco antes: sólo por esa canción vale la pena que DeVille naciera.


En febrero de 2008 fui a verlo a Bruselas; había sacado nuevo disco, Pistola. Mi mujer y yo lo pusimos en el CD nada más llegar del aeropuerto a la mañana siguiente, y nos enamoramos en seguida. Para mí es uno de sus mejores discos, en el que tal vez más se aprecia la sabiduría que ha dejado el paso del tiempo, la renuncia, la muerte y la pérdida, y donde la honestidad del artista no nos regala oídos ni nos vende motos.


Al parecer será el último. No sé si se cumplirá lo que Willy dijo sobre su música. Tal vez se olvide sin más, tal vez no. ¿ Qué importa? La música está para disfrutarla.
discografía esencial:
Cabretta (1977)
Le chat bleu (1980)
Victory mixture (1990)
Backstreets of desire (1992)
Pistola (2008)

viernes, 7 de agosto de 2009

shakespeare primero fue actor.


Las artes interpretativas, ya sea la actuación, la lectura o el canto, no gozan del prestigio de las artes que podemos llamar generativas o creativas. El compositor nos parece más importante que el cantante, el dramaturgo que el actor y el escritor que el lector. Consideramos las primeras un simple derivado de las segundas y yo me pregunto ¿No es en muchos casos al revés? Los grandes escritores suelen ser buenos lectores, Bach o Haydn fueron niños cantores y Shakespeare fue, antes que todo, actor.Es gracioso que este sea el motivo por el cual sus negacionistas – pertinaces como los de Darwin, los del Holocausto o los de la llegada del hombre a la Luna- proponen como candidatos más dignos de haber escrito sus obras a Christopher Marlowe, sir Francis Bacon o al decimoséptimo conde de Oxford: un actor – profesión dudosa aún hoy en día- carecía del rango social y de la educación necesaria para escribir obras de tal excelencia. La respuesta más aguda y precisa a los negacionistas la dio, cómo no, Oscar Wilde, al decir que las obras de William Shakespeare las había escrito William Himself.Carezco del talento y del ingenio de Wilde pero pretendo demostrar que, lejos de ser un impedimento, la profesión de actor de Shakespeare es fundamental para entender su teatro.Parece cierto que la formación reglada de Shakespeare distó de ser muy amplia o exquisita: no pasó de estudiar en la Grammar School de Stratford y su amigo Ben Jonson dijo de él que sabía poco latín y nada de griego. Sin embargo, esta educación incompleta y este poco conocimiento de las lenguas clásicas no le parecían obstáculos importantes al gran crítico inglés Samuel Johnson, que en su Prefacio a Shakespeare (1765) argumenta que, en la época isabelina, la lengua y la cultura inglesas habían llegado a un nivel de desarrollo suficiente para traducir las obras clásicas con garantías y además se traducían textos de otras lenguas modernas como el francés, el español o el italiano; de todo esto pudo servirse Shakespeare, que era, según Johnson, un lector diligente y curioso. Me parece evidente que parte de esta lectura debía de tener un matiz profesional: no hay actor que no lea, mejor o peor, su papel; así que Shakespeare debió leer muchas obras a lo largo de su vida y eso le dio la materia de su conocimiento ¿Se puede conocer mejor a los tiranos o los reyes, a las cortesanas o las damas o a los traidores o los héroes que interpretándolos? Sospecho que la mejor de las universidades no es capaz de dar un grado de conocimiento similar, así que parece obvio que Shakespeare aprendió todo lo que sabía no en una universidad ni en una escuela de retórica, sino actuando todas las noches en el teatro ante su público.En consecuencia, no escribe para los maestros de retórica, los filósofos o los eruditos y mucho menos para los críticos teatrales, sino para ese público que crece con él y le acompaña desde sus primeras obras hasta las últimas. Así, es probable que conociera a Aristóteles y dudoso que conociera a Corneille, pero aunque conociera a ambos, no escribía para ellos y tal vez por eso no respetase las unidades de tiempo, espacio y lugar. Tan importante como conocer los gustos del público es respetarlo. Considerar al público por lo menos tan inteligente como uno mismo es uno de los encantos de Shakespeare, que tiene la extraña cualidad de engendrar arte en quien le escucha. De este respeto nace también esa curiosa actitud suya que parece ajena a la moral. El público paga por ver actores, romance y acción, no desfiles de ideas y doctrinas y él les da personajes memorables inmersos en acción y romance y no moralinas.Harold Bloom ha señalado en diversas ocasiones que el rasgo característico de Shakespeare como genio, su verdadero hallazgo, es el cambio que los personajes experimentan a lo largo de sus obras y cómo ese cambio se produce después de que el personaje se haya escuchado a sí mismo con atención. De nuevo creo que aquí influyó de manera poderosa el actor sobre el autor: como el cantante de un coro, el actor puede oír a los demás para saber dónde van sus frases o cuándo debe callar, pero ha de escucharse atentamente para asegurarse de que dice lo que debe decir. Si pensamos en el personaje más famoso de Shakespeare, Hamlet, advertimos que no hace más que escucharse a sí mismo todo el rato y no escucha en absoluto a los demás, ni siquiera al fantasma de su padre.¿Por qué Shakespeare dio el paso desde la actuación a la escritura? Si ni los escritores saben decir por qué escriben dudo que nosotros podamos saberlo. Tal vez fue simple necesidad económica: The King’s men, su compañía, necesitaba obras de repertorio y no iba sobrada para pagarlas. El bueno de Will accedió a escribirlas. Conocedor de su oficio, del teatro de su época y de sus alrededores, con su gran talento natural y su inteligencia curiosa y despierta se puso manos a la obra. Observó, aprendió, corrigió y mejoró y fue, de la mano de su público – nunca delante y nunca detrás-, hasta el maravilloso país de sus comedias y tragedias mayores. Después, se fue de Londres, cayó el telón y, de lo que un actor hace tras él, nada sabemos.

miércoles, 5 de agosto de 2009

efímero.

poussin: una danza para la música del tiempo.

Qué pronto se evaporan las palabras que escribimos, con qué rapidez amarillean y son pasado apenas unos días después de lanzarse al aire, sobre todo aquí, donde día tras día otras palabras vienen a reemplazarlas y no sabemos a cuáles acudir, si a las que ya fueron escritas hace días o a las que acaban de nacer. La producción masiva de todo tipo de obras de arte o de aspirantes a serlo es lo que George Steiner llama cháchara, pues es difícil distinguir qué de todo ella es significativo y perdurable. Suele decirse que esa es la función del Tiempo, juez imparcial que premia y castiga, que separa la paja de lo efímero del grano de lo perdurable. Yo a veces lo dudo. Se puede ser un autor de éxito, como Marai, en la Hungría de los años treinta y suicidarse en un garaje californiano, meses antes de la caída del muro, olvidado por completo, para resucitar más tarde con rotundo éxito en paises que nunca te conocieron ¿ Hasta cuándo? Esa fue la pregunta que hizo Eduardo Mendoza en una charla primaveral en la terraza de Laie, librería barcelonesa, una charla que yo presentaba, en mi cada vez más lejana primera juventud. Trataba de minimizar el encendido elogio que acababa de dedicarle una deliciosa joven rubia, de piel dorada y ojos verdes - parece que la estoy viendo. " Usted ya es parte de la historia de la literatura española" le dijo ella; y Mendoza contestó " ¿ Sí? ¿ Hasta cuándo?". Es una buena pregunta, ahí va otra: ¿ Si dejara de serlo, serían malas sus novelas?. Pienso a veces que más que el Tiempo es el Azar el juez de nuestros logros; terremotos, guerras, éxodos, pueden sepultar toda una obra o hacer aflorar un fragmento de ella: un poema, un párrafo, un verso. Con suerte, el mejor de todos los nuestros, y encontrado después, al cabo de los siglos, como los frescos en las profundidades de la Domus Aurea o la Venus en el mosaico de una villa romana sepultada por un túmulo en Oriente Medio, hará pensar a quien lo descubre que el resto es igual de bueno. De Safo apenas se conservan fragmentos, retales, y se la considera una cumbre de la poesía occidental ¿ Y si Safo ha tenido suerte y se ha encontrado sólo lo bueno que escribió?. O por preguntarlo de otro modo ¿ Qué poemas maravillosos, qué esplendidos relatos nos hemos perdido, olvidados junto a las culturas que los crearon, esperando el rescate del Azar del abismo del Tiempo? Pienso en universos creados con meticulosidad y mimo de los que nunca sabremos, lamentos gozosos y dolientes que jamás oiremos, música que nunca será interpretada. El artista lucha por transformar lo efímero en perdurable, dejar su obra para los siglos, aun cuando la posteridad es una forma imperfecta de la mortalidad, un placer que no puede disfrutarse, una victoria que nadie celebra. Tal vez sea mejor abandonar la lucha y permanecer en silencio, aunque poco importa, pues estas palabras ya empiezan a evaporarse incluso antes de ponerles punto y final.

la lectura como una de las bellas artes.


Una idea que me sorprendió de El canon occidental, de Harold Bloom, fue la de que muchas de las lecturas verdaderamente creativas son erroneas con deliberación. Como leí el libro hace seis o siete años y ahora mismo está entre mis libros de Barcelona - tengo una biblioteca escindida y medio embalada- y no puedo releerlo, me es difícil asegurar si eso es lo que en verdad escribía Bloom o se trata de una lectura deliberadamente errónea por mi parte. De todos modos, lo importante es dilucidar si hay lecturas erroneas o correctas y si, dentro de estas últimas, se trata de varias lecturas correctas o de sólo una. Por otro lado, todo esto nos lleva a la conclusión de que la lectura es un acto, una acción; depende del talento y de la voluntad del que lee lo provechosa que la lectura pueda ser. Cuando Bloom habla de lecturas erroneas deliberadas quiere decir que, sabiendo lo que el escritor quiere decir, el lector lo interpreta de manera diferente. Claro que, en este caso, el lector suele ser también escritor, y la lectura se enmarcaría en lo que Bloom llama agonismo- yo lo he utilizado en alguna ocasión anterior- y las dos facetas que comporta, la piadosa y la blasfema, el intentar responder al desafío de un texto previo con nuestro propio texto. Creo que los buenos libros son aquellos que cambian nuestra lectura de otros libros, como un aminoácido cambia toda la estructura tridimensional de una proteína y la relación de los diferentes aminoácidos entre sí. Por supuesto, mientras mejores libros leamos, mejores lectores seremos, aunque si sólo leyéramos buenos libros o los mejores libros, yo pondría en duda que verdaderamente nos gustara la lectura. Eso nos lleva al tema de la cultura. ¿ La cultura nos ayuda a ser mejores lectores? Sí y no. Si entendemos cultura como un conjunto de datos que nos hará invencibles en el trivial, desde luego que no. Si la entendemos como un conjunto de referencias que ayuda a establecer comparaciones y analogías, a relacionar unos textos con otros, puede que sí. De hecho, parece que todos esos departamentos de escritura creativa de los Estados Unidos más que a escribir enseñan a leer así. Pero no me parece imprescindible eso para ser un buen lector o un lector perspicaz. Truman Capote ni siquiera acabó la enseñanza secundaria y era un excelente lector. Claro que ser pareja de Newton Arvin, un reputado crítico literario, durante algunos años le debió ayudar. Capote fue de los primeros en advertir el talento de Patricia Higsmith y la recomendó para entrar en Yaddo, una colonia de artistas de élite. De todo lo dicho queda claro que no creo que se pueda ser buen escritor sin ser un buen lector. No es lo mismo equivocarse a sabiendas que equivocarse sin más. Lo que no quiere decir que todo buen lector sea escritor. Un buen lector no tiene por qué sentir la necesidad de escribir. Borges decía sentirse más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito. Cuando a Gil de Biedma le preguntaban, día sí y día también, por qué ya no escribía, siempre contestaba lo mismo: la pregunta debería ser "¿ por qué escribí?", ya que lo normal es leer. Leer es un acto creativo, es un acto de amor, es un diálogo íntimo y, con toda seriedad, la lectura debería ser considerada una de las bellas artes.

un té con ava gardner


Aprovechando el éxito de la algo pueril adaptación de El señor de los anillos al cine, a cargo de Peter Jakson, no hace mucho, se reeditaron en rústica las cartas de J.R.R Tolkien. Recomiendo la lectura porque son muy interesantes y además, pueden servir como guía de paciencia para escritores inéditos, cuando sepan que Tolkien acabó su obra maestra justo después de la Segunda Guerra Mundial, pero que la escasez de papel en el Reino Unido impidió que se publicara ¡ Hasta 1954!. Una de las cartas más curiosas está dirigida a su hijo Christopher, fechada en la segunda mitad de los cincuenta, cuando Tolkien empezaba a ser un escritor famoso, además de profesor de Lengua y Literatura inglesa en Oxford. En ella le explica a su hijo que, en un té ofrecido por uno de los college de Oxford había conocido a una jovencita muy agradable, inteligente y simpática, además de notablemente guapa. Acompañaba al profesor de Mitología comparada Graves, que era un hombre simpático aunque
un asno.. Al parecer, le dice a su hijo, es una actriz norteamericana muy famosa, se llama Ava Gardner - y le pregunta si la conoce. Tolkien también le dice a su hijo que era evidente que ella no tenía ni idea de quién era él, cosa que parece encantarle. El profesor Graves era Robert Graves, autor de Yo, Claudio y un buen tropel de novelas históricas aunque, como Tolkien, se consideraba sobre todo poeta - y Cyril Connolly le hacía el favor de incluirlo en el canon georgiano. Si Tolkien había creado el mundo de la Tierra Media, Graves había creado el mito de La Diosa Blanca. La hostilidad de Tolkien bien podía venir porque no había dos visiones cosmológicas más antagónicas que las suyas. Tolkien y Graves no sólo habían coincidido en este té oxoniano: ambos habían combatido en la terrible batalla del Somme, donde el capitan Graves fue herido de tal gravedad que el Times lo incluyó en la lista de caídos en combate y vivió la asombrosa experiencia de estar oficialmente muerto durante 48 horas. En sus cartas, Tolkien no comenta demasiado de la batalla del Somme, excepto el asombro de ver saltar en pedazos árboles centenarios como si fueran briznas de hierba. Graves y Ava Gardner se entendían sin hablarse; decían sentir el uno por el otro un amor espiritual y platónico. Graves veía en Ava mucho más allá de su espléndida carne, y la llevó a este té para que todo un catedrático de Oxford apreciase la original inteligencia de
la agradable jovencita. En la carta de Tolkien se expresa el alivio que sienten dos personas cuando advierten que el uno no sabe nada del personaje del otro, y pueden dejar a un lado las máscaras y el fingimiento. Pueden ser ellas mismas sin temor a equivocarse.